Usemos la imaginación para retroceder en el tiempo. Pongamos empeño, porque hay que evocar épocas muy remotas. Nada más y nada menos que a cientos de millones de años atrás.
Situémonos; nos encontramos en plena era Mesozoica. ¿Hará calor? ¿Nos llevamos una rebequita? Da igual. Estamos en la era de los Dinosaurios, que dominaron la Tierra hasta que, por algún motivo, desaparecieron de su faz. ¿Fue por causa de un meteorito? ¿Por una excesiva actividad geológica y abuso de volcanes? ¿Fueron los extraterrestres? ¿Y dónde está Canadá?
Un océano de misterios envuelve aquel lejano pasado del que nos quedan restos sorprendentes y asombrosos. Y, por supuesto, el mundo del juego no puede ser ajeno a este universo de historias fascinantes. Tan cautivadoras e intrigantes que incluso Sherlock Holmes tiene sus vínculos con ellos.
Y así fue, hasta que Michael Crichton y Steven Spielberg pusieron de moda (hasta hoy) la simpática y peligrosa afición de cultivar dinosaurios y criarlos en granjas, como si de pollos y cabras se tratase. Y, claro, así nos va.
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